sábado, 29 de noviembre de 2008

La falacia de la neutralidad del dinero

28/11/2008 - Manuel Llamas

La falacia de la neutralidad del dinero

Los monetaristas han fracasado una vez más. La mayoría de los economistas de hoy en día, incluidos aquellos que se autodenominan falazmente liberales, desconocen el origen de la actual crisis económica y, por lo tanto, aún más su posible solución. El error radica en una teoría equivocada acerca de la auténtica relación existente entre el capital y la economía real.

El dinero no es neutral y, como consecuencia, su manipulación arbitraria por parte de los reguladores estatales (banca central) acaba mostrando sus terribles efectos tarde o temprano, tal y como acontece en la actualidad. Lo paradójico es que dicho problema ya fue diseccionado en profundidad a la luz del análisis teórico desarrollado por el principal valedor de la Escuela Austríaca de Economía, Ludwig von Mises. Sin embargo, pese al certero diagnóstico aplicado en este ámbito, la política monetaria vigente sigue bebiendo de los criterios dictados por la Escuela de Chicago, persistiendo en los mismos errores de base cometidos en el pasado.

De ahí precisamente la importancia de revivir las enseñanzas derivadas del debate teórico mantenido a lo largo de las últimas décadas por ambas corrientes acerca de la denominada "hipótesis de la neutralidad del dinero". Lo importante aquí es que un cambio en la comprensión de este fenómeno, es decir, que el dinero no es neutral a largo plazo, modificaría de forma sustancial los cimientos sobre los que se sustenta la política monetaria vigente a nivel mundial.

Los monetaristas construyen toda su teoría sobre hipotéticos modelos de equilibrio que nunca acontecen en la vida real. Su concepción cuantitativa del dinero afirma que un incremento de la oferta monetaria tan sólo se materializa en un incremento de los precios, de tal forma que sus posibles efectos adversos sobre la producción, el consumo o el empleo (variables de la economía real) siempre quedarán neutralizados a largo plazo.

Así, por ejemplo, David Hume asegura que no importa la cantidad de dinero en circulación que exista en un determinado país. Ya sea, mayor o menor, bastará para facilitar su función esencial, el intercambio de bienes. Así, si durante la noche se duplicara la cantidad de dinero que posee cada individuo, al día siguiente no habría ni más prestamistas ni variación alguna en el interés a aplicar. Es decir, a largo plazo, tal variación no modificaría en absoluto ni la actividad productiva ni la velocidad de la circulación monetaria. Según Hume, tan sólo se doblaría el nivel general de precios.

Es decir, la expansión monetaria traería como resultado una particular transición de un estado de equilibrio inicial (punto de partida) a otro estado de equilibrio a largo plazo, en donde el único efecto permanente sería un aumento correlativo de los precios.

Irving Fisher, por su parte, reconoce que puede provocar un incremento transitorio de los márgenes de ganancia de determinados productores, ya que ese dinero creado ex novo impulsa la demanda de determinados bienes y, como consecuencia, estimula una mayor oferta de esos productos. Sin embargo, la flexibilidad del mercado logra corregir a corto plazo los beneficios inflados, dando fin a la fase del boom.

De este modo, Fisher concluía que la causa de los ciclos debíamos buscarla en el aumento de la oferta monetaria no anticipada por los agentes económicos. Por ello, su diagnóstico consistía en aplicar una política monetaria que tuviera como principal objetivo mantener una inflación estable. Justifica, pues, la existencia de la banca central (planificación monetaria) y el seguimiento de un indicador que, en realidad, es muy incompleto (el índice de precios de consumo o cesta básica de la compra), para controlar los efectos de la expansión monetaria.

Por su parte, Milton Friedman, autor de referencia para los pseudoliberales del pasado siglo, llega a una conclusión similar. Los cambios monetarios afectan a la producción, pero a corto plazo (entre 5 y 10 años), mientras que dicha expansión fiduciaria se traduce en un aumento de precios a largo (décadas). De hecho, admite que las variaciones amplias en la cantidad de dinero disponible son desestabilizadoras y deben evitarse. Sin embargo, aboga por establecer una política monetaria automática: que la cantidad de dinero crezca a una tasa estable anual para impulsar el crecimiento económico. Es decir, nuevamente, intervención monetaria a través de los bancos centrales.

Todo este edificio teórico se ha derrumbado, y lo triste es que los monetaristas parecen no darse cuenta. Y eso que la solución fue explicada por Mises hace décadas en su obra Teoría del dinero y del crédito (1912). El dinero nunca puede ser neutral por definición y naturaleza. Existe y, por lo tanto, está sometido a la valoración subjetiva de los individuos. Es decir, no es algo objetivo y cuantificable.

Así, la variación en el volumen de dinero, por fuerza, distorsiona el precio relativo de los bienes. Y ello por la simple razón de que el precio de los productos nunca aumenta de forma homogénea y agregada, sino todo lo contrario. El dinero ex novo lo recibe en primer lugar un número limitado de agentes, que demandan ciertos bienes y que, por extensión, modifican la estructura de precios relativos.

Los precios nunca cambian por igual, al mismo tiempo y en la misma dirección, tal y como expone el análisis microeconómico e individualista de la economía frente a la teoría cuantitativa o agregada de la Escuela de Chicago. Y es que, los precios relativos determinan el volumen y la dirección de la producción, por lo que cualquier cambio en la cantidad de dinero acaba afectando de una u otra forma a la estructura productiva.

Esta cuestión se clarifica aún más al concluir que, aunque todo el mundo se levantara un día con x unidades más de dinero, cada individuo valorará de forma diferente (subjetiva) cada unidad adicional del mismo. De ahí que resulte falso que una duplicación del dinero en circulación reduzca a la mitad el poder adquisitivo del mismo. "Todo aumento de la oferta monetaria provocará efectos sobre la demanda y, por lo tanto, un aumento desigual en los precios de los bienes. No todas las mercancías serán demandadas en igual cantidad, ni las más intensamente demandadas serán afectadas en el mismo grado".

La manipulación arbitraria de tipos efectuada por los bancos centrales es la principal responsable de los auges y depresiones de la actividad económica. ¿Por qué? El proceso de producción tiene lugar en un marco de tiempo, en donde los empresarios efectúan sus inversiones guiados por dos elementos clave (precios y tipo de interés) para asignar los recursos de la forma más eficiente posible en las distintas etapas del proceso.

La inyección fiduciaria o la expansión del crédito, por fuerza, distorsiona ambas señales, y conduce a los agentes económicos a efectuar malas inversiones. Y es que sin tal intervención pública sobre los tipos de interés algunos procesos nunca se habrían emprendido. Es decir, tan sólo resultan rentables con tipos de interés artificialmente bajos. Además, alargan artificialmente la estructura productiva, y los agentes tienden a sobreinvertir en la producción de bienes de capital en detrimento de bienes de consumo.

El problema es que, tarde o temprano, esta situación se hace insostenible cuando aparece el "riesgo inflacionario". Es entonces cuando la autoridad política no puede mantener por más tiempo el interés bajo, saltando a la luz el volumen de malas inversiones efectuadas. Como resultado, los efectos de la fase expansiva se invierten y surge la recesión, el desempleo, la deflación, la restricción del crédito y la caída del consumo, entre otros. La crisis es inevitable. Tan sólo cabe prevenirla impidiendo el aumento de la oferta de dinero.

Mises demuestra que el dinero no es neutral ni a corto, ni a medio ni a largo plazo. El aumento de la oferta monetaria distorsiona por fuerza los precios relativos de los bienes y modifica la estructura productiva. ¿La solución? Abolir el sistema de banca central, abogar por la banca libre sujeta al patrón oro y aplicar un coeficiente de caja del 100%.

Como observarán, ninguna de estas medidas está encima de la mesa de los líderes gubernamentales, al menos, por el momento. Más bien, todo lo contrario. Asistimos a un nuevo auge del fracasado keynesianismo económico, lo que demuestra que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra (crack del 29). Y tres (crisis del petróleo de los 70) y cuatro (crisis de los 90 en EEUU) y cinco (la burbuja de las punto com) y seis (recesión tras los atentados del 11 de Septiembre)... ¿Y siete?

http://www.juandemariana.org/comentario/2971/falacia/neutralidad/dinero/

viernes, 21 de noviembre de 2008

El autismo del mercado


En los cuatro últimos años ha cogido mucha fuerza el movimiento “post-autista” en economía

El autismo del mercado

Paseando por el nuevo campus de la Universidad Complutense en Madrid, en mayo de 1999, me sorprendió ver un eslogan pintado en la pared: ‘¡La economía trata de la gente, no de curvas!

Lunes 17 de noviembre de 2008, por Diego Guerrero

Primero fue un grupo de estudiantes franceses de doctorado (de l’École Normale Supérieure) el que protestó por la falta de pluralismo y el exceso de formalización en la enseñanza y en la investigación de la economía. Luego salió un segundo manifiesto, procedente de la no menos prestigiosa Universidad de Cambridge (en el Reino Unido), que se unió a la protesta sobre bases y argumentos muy similares. Y finalmente han surgido manifiestos e iniciativas en todo el mundo, que han culminado en un “movimiento post-autista” en Economía, que se sostiene en la página web de la pae (post autistic economics) y su correspondiente revista electrónica

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El autismo
Sufrido por los jóvenes economistas liberales más fanáticos, reflejo del sistema económico que defienden

En los dos últimos años ha cogido mucha fuerza el movimiento «post-autista» en economía. Primero fue un grupo de estudiantes franceses de doctorado (de l’École Normale Supérieure) el que protestó por la falta de pluralismo y el exceso de formalización en la enseñanza y en la investigación de la economía. Luego salió un segundo manifiesto, procedente de la no menos prestigiosa Universidad de Cambridge (en el Reino Unido), que se unió a la protesta sobre bases y argumentos muy similares. Y finalmente han surgido manifiestos e iniciativas en todo el mundo, que han culminado en un «movimiento post-autista» en Economía, que se sostiene en la página web de la pae (post autistic economics) y su correspondiente revista electrónica.

Aunque se pueden encontrar otros precedentes a este movimiento –no en vano el problema viene realmente de lejos—, es grato encontrarse con la sorpresa de que, en el último número de la prestigiosa revista neoyorquina Science and Society, el editorialista comente lo siguiente:

«Paseando por el nuevo campus de la Universidad Complutense en Madrid, en mayo de 1999, me sorprendió ver un eslogan pintado en la pared: ‘¡La economía trata de la gente, no de curvas!’. Nadie que no haya estudiado Economía puede captar plenamente ese sentimiento estudiantil de tormento por culpa de las “curvas”, esas relaciones entre variables que se representan mediante diagramas (por ejemplo, la intersección de las curvas de oferta y demanda). El eslogan criticaba la teoría abstracta y cuantitativa de la Economía –y por extensión de las ciencias sociales en general— y abogaba por el estudio de la realidad concreta, histórica y social. No tenía ni idea entonces de que ese eslogan ‘gente versus curvas’ iba a resultar profético. En junio de 2000, un grupo de estudiantes franceses publicó un escrito en la ‘web’, quejándose del estado actual de la Economía: su uso indiscriminado de las matemáticas; el ‘dominio represivo’ de la teoría neoclásica y la exclusión de enfoques alternativos y críticos. Los estudiantes llamaban a los profesionales de la Economía a comprometerse con lo empírico y lo concreto; a evitar el ‘cientifismo’ y abrazar ‘un pluralismo de enfoques adaptado a la complejidad de los objetos económicos y a la incertidumbre que rodea a la mayoría de la grandes cuestiones económicas’; así como a realizar reformas ‘para rescatar a la Economía de su estado autista y socialmente irresponsable’. El manifiesto puso en marcha el Movimiento por una Economía Post-autista, que se ha propagado como el fuego entre los estudiantes de Francia y España, y cuenta con un número creciente de adeptos también en otros países. El 21 de junio, Le Monde hizo un reportaje sobre el tema y se interesó por la opinión al respecto de importantes economistas de todo el mundo. En diciembre del 2000, se realizó un Congreso para reunir propuestas más detalladas. Desde entonces, el movimiento ha seguido creciendo y desarrollándose (http://www.paecon.net/)».

En las Jornadas de Economía Crítica de Valladolid del 28 de febrero al 1 y 2 de marzo de 2002 (las octavas que se celebran en España desde 1987), se discutió un manifiesto que propuso que nos sumásemos en nuestro país a este movimiento. Por tanto, pareció ésta una buena oportunidad de volver a discutir sobre el autismo en la Economía académica y universitaria, empezando quizás por el análisis del fenómeno que le sirve de base real, que es el autismo económico que practica el mercado en la realidad (no sólo en la teoría).

En mi opinión, sobre la cuestión del papel del mercado en la economía y en la sociedad hay tres grandes corrientes cuyo impulso fundamental podemos caracterizar como sigue. En primer lugar, están los «fundamentalistas del mercado», aquéllos a quienes siempre parece insuficiente la cantidad de mercado realmente existente, y que, como los defensores de cualquier otra panacea, hacen bien en ser coherentes con su diagnóstico y reclamar la receta apropiada que se sigue del mismo. Por tanto, sus partidarios quieren universalizar y globalizar aun más la economía de mercado –«el problema es que no hay suficientes mercados», nos dicen—, y recortar o eliminar todas las instituciones y reglas que se oponen por doquier a su dominio absoluto. Estos economistas están dispuestos, no sólo a privatizar el sistema nacional de ferrocarriles (véase la excelente película de Ken Loach, «La cuadrilla», para una ilustración de sus efectos en el caso británico), sino a privatizar incluso las cárceles y, si hiciera falta, siguiendo los postulados del maestro de Margaret Thatcher, Friedrich von Hayek, a privatizar totalmente el dinero en circulación.

Un segundo grupo de economistas, crítico del primero, se presenta como la alternativa a éste y se preocupa, por tanto, sobre todo, por aparecer como lo contrario del fundamentalismo. Entre los que insisten en los numerosos «fallos del mercado» hay todo tipo de sensibilidades teóricas y prácticas, desde las que se basan en un sentido del realismo más acorde con el sentido común hasta las que, más cultas, apoyan sus argumentos en sólidas tradiciones de pensamiento que, si no arrancan con celebridades del siglo XIX, como Karl Marx o Thorstein Veblen, lo hacen con famosos autores del siglo XX o incluso del XXI, desde Karl Polanyi y Maynard Keynes hasta Amartya Sen o Albert Hirschman. Como decía recientemente José Luis Sampedro, el decano de los economistas españoles, para ellos (los críticos) no se trata de eliminar el mercado, sino de conseguir que la economía de mercado no se convierta en una «sociedad de mercado», en una especie de «régimen» todavía más totalitario y asfixiante que el que denunciaron en su momento Diego López Garrido y Nicolás Sartorius (ambos socialdemócratas y ex-comunistas).

Desde esta perspectiva, se entiende bien lo que el movimiento post-autista, integrado sobre todo por economistas pertenecientes a este segundo grupo, concibe como el autismo de los economistas mayoritarios. Es verdad que la definición que del autismo ofrecen los diccionarios plantea algunos problemas de aplicación en este caso. Por ejemplo, el excelente Diccionario de Seco nos describe el autismo como un «trastorno psicológico caracterizado por el ensimismamiento y la falta de interés por el mundo exterior, generalmente acompañado de aislamiento y dificultad de comunicación». Cierto es que los economistas ortodoxos y los fundamentalistas del mercado se encierran en sus modelos bellamente construidos y se olvidan del desapacible mundo exterior. Pero no es verdad que en esa actitud se vean limitados por dificultad de comunicación alguna, sino más bien todo lo contrario. De hecho, de lo que nos quejamos los economistas críticos, en España y en el mundo, es de que estos fundamentalistas de mercado se comunican tanto, con tanta facilidad y con tales medios, que, como efecto colateral inevitable, nos tienen a los demás en un tris de que callemos para siempre jamás.

Pero más difícil lo tenemos aun quienes simpatizamos con el reducido grupo de economistas que compone el tercer grupo en liza. En este caso, no se trata simplemente de denunciar los «fallos de mercado» porque, pensándolo bien, ¿qué partidario del mercado, desde Adam Smith a Milton Friedman, no ha sido al mismo tiempo crítico de algunos de sus fallos más sonados, como ése al que tanta manía le tienen y que se llama «monopolio»? ¿Qué economista, incluidos Carlos Rodríguez Braun o Pedro Schwartz en nuestro suelo patrio, se atrevería a negar la existencia de externalidades o de bienes públicos puros?

Sin embargo, lo que el reducido tercer sector de economistas planteamos es que, a lo peor, es el propio mercado el que encierra el fallo. No se trata de que el Estado y otras instituciones deban complementar o completar el papel del mercado porque hay funciones que aquéllos pueden y deben cumplir mejor que éste. De lo que se trata es que es muy posible que la culpa de los males económicos reales que padece la sociedad de mercado sea del propio mercado. Si el mercado funciona desequilibradamente y crea desigualdad, y si el Estado, tras dos siglos y medios de esfuerzos aparentemente bienintencionados, no es capaz de invertir esa tendencia a la desigualdad, que se presenta hoy con más fuerza que nunca, a lo peor resulta que el sistema no funciona correctamente (sólo hay que leer los periódicos con atención para darse cuenta).

Y es que los economistas de esta tercera clase (los que no viajamos en coche cama ni siquiera en litera) tenemos una pregunta que hacer a nuestros colegas, tras un comentario previo para tantear si podemos ponernos de acuerdo.

Comentario (triple). Los que viajáis en primera nos habláis de la «economía del bienestar» que genera y difunde el mercado entre toda la sociedad. Los que viajáis en segunda respondéis que qué sería del mercado y de la sociedad si no fuera por la benéfica actuación contrarrestante del «Estado del bienestar». Sin embargo, los que nos agolpamos en los vagones de tercera no observamos el bienestar sino en la televisión que nos retransmite lo que sucede en los coches delanteros del tren.

Pregunta. ¿Tan seguro está todo el mundo de que es absolutamente imposible que la sociedad se decida a sustituir estos anticuados trenes por otros en los que todos los viajeros disfruten y sufran de las mismas condiciones materiales?


http://www.elrevolucionario.org/rev.php?articulo1078