José Fariña : ¿Estás de acuerdo con la afirmación de que el modelo de crecimiento español basado en la construcción de viviendas parece que está agotado? ¿existen alternativas reales?
José Manuel Naredo : Sí, estoy de acuerdo porque este modelo ha provocado un auge especulativo con una intensidad y duración sin precedentes, que ha arrastrado al país a una crisis también sin precedentes, que resulta difícilmente reversible. Pues este auge especulativo, no solo ha devorado el ahorro del país, sino que se ha seguido financiando con cargo al exterior, arrastrando a la economía española a la comprometida situación actual. Este auge acentuó primero hasta el límite el endeudamiento y el déficit exterior privado de la economía española. Y, después, el déficit y el endeudamiento público, al apuntalar con dinero y avales del Estado la precaria situación del sistema financiero y de la economía en general. Pues cuando los mercados financieros empezaron a percibir el riesgo de los pasivos que emitían la banca y las empresas españolas, se cerró el grifo de la financiación barata y abundante de la que había gozado la economía española, generando la consabida sequía de créditos y el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, con todas sus consecuencias. El agotamiento del modelo se ha producido así por estrangulamiento financiero, generando una situación que no resulta reversible a corto plazo, dados los niveles de endeudamiento históricos que había alcanzado la economía española. Sobre todo cuando ya no puede recurrirse a los dos instrumentos que permitieron la recuperación de la economía española tras el pinchazo de la burbuja inmobiliaria anterior, la que murió tras los festejos del 92. Entonces la economía española pudo corregir sus más modestos déficits y endeudamientos y recuperar su competitividad, gracias a la devaluación de la peseta en un 40 % y a la muy notable rebaja del tipo de interés, para volver con más fuerza a las andadas. Pues su entrada en el euro reforzó su posición como atractora de capitales del resto del mundo, alimentando al tsunami de liquidez dispuesta a invertirse en ladrillos que infló la burbuja inmobiliaria y forzó hasta el límite el endeudamiento de la economía española antes mencionado. Resulta, pues, bastante pueril pensar que el mismo monocultivo inmobiliario que animó durante el pasado auge el pulso de la economía española puede repuntar sin problemas volviendo otra vez a las andadas. Lamentablemente, se ha producido el desenlace que repetidamente había venido anunciando. Me acuerdo cuando en el coloquio de algunas de mis conferencias o clases en la Escuela TS de Arquitectura de Madrid, alguien me objetaba que no parecía que el boom inmobiliario fuera a declinar y yo respondía que cuanto más se siguiera inflando la burbuja inmobiliaria, más dura sería la caída, porque si había algo seguro es que esa caída se produciría. Pues lo mismo que es seguro que los árboles no pueden crecer indefinidamente hasta el cielo, la burbuja especulativa que estaba viviendo la economía española tampoco podía crecer de forma permanente, ya que moriría, como es habitual en los ciclos económicos, por estrangulamiento financiero. Lo que sí era seguro es que cuanto más creciera, más dura sería la caída, como efectivamente se ha visto, al generar una crisis de una amplitud sin precedentes en un pasado próximo.
Respecto a las alternativas, el problema es, en primer lugar, que deberían de haberse adoptado antes, sin dejar ir el endeudamiento y el déficit corriente con el exterior hasta los extremos a los que han llegado. Como había comentado hace tiempo, la gran oportunidad perdida para reconvertir el monocultivo inmobiliario de la economía española la perdió el presidente Zapatero cuando ganó sus primeras elecciones. Entonces, al igual que se vio reforzado por la mayoría de votos para retirar las tropas de Irak, habría sido el momento de decir que el futuro hacia el que la burbuja inmobiliaria arrastraba a la economía española pintaba bastante mal. Y que lo mismo que se había defendido la necesidad de hacer una reconversión industrial (aunque, más que reconversión, acabó siendo, en buena medida, desmantelamiento subvencionado) era el momento de plantear la reconversión del modelo inmobiliario español y de potenciar otras actividades económicas más viables, que aparecían eclipsadas por enormes plusvalías obtenidas de la recalificación de suelo y la revalorización trepidante, pero necesariamente efímera, de los precios de los inmuebles. Entonces se disponía además de unas cuentas públicas saneadas que habrían permitido apoyar holgadamente la reconversión con desgravaciones de impuestos y/o subvenciones.
Después de que explotara la burbuja inmobiliaria y se declarara oficialmente la crisis, también existía la posibilidad de condicionar las ayudas y rebajas de impuestos iniciales para favorecer dicha reconversión, en vez de hacerlas de forma indiscriminada e incluso, a veces, nociva, al apuntalar el statu quo. Por ejemplo, resulta lamentable ver que se ha empleado masivamente el dinero público para subvencionar con el Plan E las obras que sin ton ni son han venido muchas veces recorriendo la geografía del país, o para subsidiar el paro, cuando hay tanto por hacer al ser comunes las situaciones de abandono y deterioro de infraestructuras, inmuebles, barrios, pueblos…o territorios. Y para ello no es necesario redescubrir la pólvora, sino mirar un poco la historia, advirtiendo que incluso en esa meca del capitalismo y del liberalismo que son los Estados Unidos, buena parte de las zonas verdes y deportivas de Nueva York y de otras ciudades, no son fruto de la prosperidad, sino de la gran crisis de 1929, que permitió ampliar a precio de saldo las dotaciones de suelo y equipamientos colectivos, ..o promover planes de infraestructuras que salvaron de la erosión millones de hectáreas. Pero para esto tendría que haberse reconocido el pinchazo de la burbuja y la crisis desde el principio, en vez de negarlas, y haberse trazado un plan ambicioso e ilusionante de reconversión de la economía española al que destinar juiciosamente los recursos públicos, en vez de dilapidarlos en desgravaciones, gastos y ayudas erráticas e inconexas. Ello hubiera exigido establecer un marco institucional y unas prioridades claras que permitieran sacar partido a la situación, en vez de esperar ingenuamente a ver si pasaba el chaparrón y, milagrosamente, se recuperaba el pulso de la coyuntura económica. Por ejemplo, clama al cielo que el Estado haya destinado primero 50.000 millones de euros de ayudas y 100.000 de avales a la banca, a los que se añaden 9.000 millones más, con líneas de crédito adicionales para un “Fondo de reestructuración ordenada bancaria” (FROB) ampliables hasta los 99.000, sin contrapartida alguna que le permita al Estado participar en la propiedad para orientar la gestión de las entidades beneficiadas. Cuando precisamente el Estado podía haber aprovechado todas estas operaciones de salvación y apuntalamiento de entidades para recuperar el vacío que había dejado la liquidación de la banca pública. Es más, estas operaciones están abocadas a seguir privatizando esos residuos de banca pública y/o cooperativa que son las cajas de ahorro, a la vez que se quiere que el ICO empiece a otorgar créditos y hacer funciones bancarias sin tener ni el personal ni la infraestructura necesarios para ello. Al utilizar al principio con prodigalidad y sin a penas condiciones o contrapartidas los recursos públicos, aumentaron el déficit y el endeudamiento público más allá de las exigencias de la UE, lo cual indujo a apretar las clavijas de la recaudación fiscal, antes de que aparecieran los ansiados “brotes verdes”. Y esto se hizo también de forma indiscriminada, aumentando el IVA u otras figuras que gravan al grueso de los contribuyentes. A la postre, la principal función de Estado ha consistido en reforzar el actual capitalismo asistido, habituado a privatizar beneficios y socializar pérdidas. Con cual, la crisis ha empobrecido a la mayoría de la gente y deprimido la actividad económica en general. También, tras el “efecto riqueza” originado por las revalorizaciones inmobiliarias, ahora se acusa un “efecto pobreza” que lastra la recaudación de impuestos, el consumo y la actividad económica en general.
José Fariña : El pasado año se ha vivido un crecimiento muy importante en la colocación de paneles solares, molinos para conseguir energía del viento, concentradores solares y, en general, instalaciones encaminadas a conseguir energías renovables. Todo ello al amparo de ayudas que, como mínimo, habría que calificar de generosas. Sin embargo, en el momento actual, estas las ayudas (y, por tanto, con la consiguiente bajada en este tipo de instalaciones) han sufrido drásticos recortes. Algunos pensamos que los recortes no deberían producirse precisamente en este campo, pero es sólo una impresión. Me gustaría conocer tu opinión al respecto.
José Manuel Naredo : Lo que comentas es un exponente más del giro adoptado desde la anterior alegría de gastos y subvenciones hacia los posteriores recortes practicados también burda e indiscriminadamente. Es como si se promoviera la energía solar sin mucha convicción, como algo ceremonial, y cuando se vio que la cosa iba en serio se recortaron las ayudas porque resultaban demasiado atractivas y, sorprendentemente, tenían efecto. Pero lo que más me preocupa en el caso de las energías renovables, es que ocupan suelo y no van acompañadas de medidas exigentes de ordenación territorial. Por ejemplo, he visto “huertos solares” instalados en zonas de vega, cuando resulta un despropósito que los “huertos solares” sustituyan a los huertos ordinarios: lo lógico es que los huertos solares se instalen en zonas impropias para la agricultura. Algo parecido ocurre con los enormes molinos instalados en zonas que degradan paisajes interesantes, a la vez que pasaron a mejor vida los viejos molinos y molinetes que alegraban la vista: es a la vez una cuestión de escala y de ordenación del territorio que no se ha cuidado para nada.
José Fariña : Algunos veíamos la actual crisis financiera como una oportunidad de reforma de muchas cosas. Me acuerdo, incluso, en una reunión con algunos compañeros de haberla saludado casi con alegría (con los brindis consiguientes, claro). Por supuesto que los más pudientes pronto se las arreglaron para hacer caer sobre las espaldas de los que menos tienen el coste de “los arreglos”. Pero todo ha terminado por complicarse de tal forma que, confieso, he perdido la perspectiva de lo que está sucediendo ¿realmente se trata de una crisis transitoria que, cuando termine va a dejar todo igual, o existe un “mar de fondo” que obligará a cambios importantes?
José Manuel Naredo :En efecto, más uno nos hemos alegrado de que escaseara por fin el carburante financiero que nutría el tsunami inmobiliario y que se quedaran en el papel o a medio construir megaproyectos y promociones que amenazaban con seguir asolando nuestra geografía en aras de un aquelarre especulativo desprovisto cada vez más de medida y de funcionalidad utilitaria. Hoy aparecen como testigos mudos de esa fiebre constructiva, exponentes bien surrealistas no solo en el litoral, sino también en los páramos mesetarios. Como ejemplo de estos últimos brillan las macro-urbanizaciones fantasma “Residencial el Quiñón” en Seseña (Toledo) o “Ciudad Valdeluz” en Yebes (Guadalajara), como también ese “Reino de don Quijote”, con su casino, sus diversas promociones y su aeropuerto privado vacío, en Ciudad Real,… o el megaproyecto de la treintena de casinos y ciudades del juego previstas en el desierto de Los Monegros que amenazaba con realizarse, como siempre con apoyo público, cuando sobrevino la crisis. Sí, más de uno nos alegramos que parara semejante locura que ha deparado al país un stock de un millón largo viviendas desocupadas en venta y más de dos millones si se terminaran todas las iniciadas y proyectadas. El problema estriba en que el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y el parón de la construcción han tenido consecuencias devastadoras para el conjunto de la economía española que sufre, así, una crisis mucho más intensa y duradera que los otros países de la UE, sin que se vislumbre una salida clara y gratificante de la misma.
Como había intuido hace tiempo, el conformismo social generado durante la larga etapa de auge económico acabó dificultando la emergencia de alternativas y de reformas al capitalismo financiero-inmobiliario que se tambaleaba con la crisis. Por una parte, ese conformismo hizo que tuvieran escaso eco las propuestas de alternativas más radicales al sistema. Pero también cerró la puerta a las reformas que demandaba la estabilidad del propio sistema. El potpourri de medidas “urgentes” que se vinieron adoptando sobre la marcha para “salir de la crisis”, apuntan más a perpetuar el statu quo financiero-inmobiliario que la había originado que a reformarlo, lastrando así dicha “salida”. Porque no es la búsqueda de instrumentos idóneos la que marca la orientación del grueso de las medidas adoptadas, sino las presiones del neocaciquismo imperante para paliar la insolvencia de las empresas privadas con recursos públicos, abaratar salarios, prestaciones y derechos de los trabajadores. Con lo cual, al no haberlo impedido las presiones sociales, la insolvencia privada se acabó transmutando en problemas de insolvencia del Estado, que a la postre la mayoría tiene que sufragar pagando más impuestos o recibiendo menores transferencias y gastos sociales. Pues los recortes para rebajar déficits y deudas, recortan también la actividad y los ingresos tributarios con los que hacer frente a esos déficits y deudas, forzando nuevos aumentos de los tipos impositivos y recortes del gasto público. Se ha desencadenado así una espiral depresiva en la que las excesivos déficits y deudas originarios exigen mayor frugalidad y sacrificios impositivos que lastran el crecimiento, a la vez que el escaso crecimiento acentúa la dificultad de atender y reducir esos déficits y deudas, que deprimirá la demanda y el ritmo de actividad en los años venideros.
José Fariña : ¿Cómo ves la situación de los movimientos sociales alternativos en Europa (antiglobalización, decrecimiento, antisistema, etc.) relacionados con ese cambio de ciclo hacia una sociedad más “de derechas” que se observa en muchos países de la Unión Europea?
José Manuel Naredo :El conformismo antes indicado favorece la alternancia política bipartidista, que suele resultar funcional para el mantenimiento del statu quo cuando se encarga la socialdemocracia light de gestionar las crisis, como ejemplifica en Estados Unidos el triunfo del demócrata Obama para capear el temporal de la crisis, tras los reiterados gobiernos del ultra-conservador Bush en momentos de auge,… o con Rodríguez Zapatero, que ha acabado creyéndose en el deber de suplantar a la derecha afanándose en aumentar impuestos regresivos y recortar salarios y gastos sociales con empeño digno de mejor causa. Este bipartidismo trata de ningunear la existencia de una izquierda más radical en el panorama político y de un movimiento ecologista que generalmente reniega de la política partidista. Con lo cual, la protesta ejercida por estos movimientos “alternativos” tiende a diluirse sin que llegue plasmarse en propuestas alternativas ampliamente consensuadas tocantes a aspectos tan claves como la configuración y regulación del sistema financiero internacional (a esto contribuye también la falta de solvencia en los planteamientos y las desavenencias que se observan en seno de este movimiento).
¿Podrán ganar peso político estos movimientos en un futuro próximo? Algo se mueve en este sentido. Por un lado, surgen escisiones en el seno de la socialdemocracia, como la de Lafontaine en Alemania, que tratan de articular un discurso con posiciones transformadoras y éticas más marcadas. Por otro, la fundación en Francia de un Nuevo Partido Anticapitalista con vocación trasnacional, refleja el afán de superar los sectarismos y dogmatismos que a menudo han caracterizado a la izquierda radical, proponiendo un amplio frente de oposición al sistema que acoja, incluso, a corrientes ecologistas y anarquistas poco proclives a participar en los teatros habituales de la política. En este sentido apunta la coalición verde capitaneada por Cohn Bendit, que obtuvo un gran éxito en las elecciones francesas al parlamento europeo. Estos ejemplos apuntan a evitar el divorcio que se observa entre los movimientos de protesta y la mediación política, hasta ahora monopolizada por los grandes partidos que permanecen firmemente anclados a la ideología y al statu quo de poder imperantes. ¿Conseguirán estos movimientos hacer que la democracia representativa actual se haga más participativa ? No lo se, pero merece la pena intentarlo. En cualquier caso las movilizaciones sociales pueden tener éxito en sus reivindicaciones sin que sus líderes consigan, ni muchas veces pretendan, llegar al gobierno. Es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con la moratoria nuclear que consiguió imponer en nuestro país hace tiempo el movimiento ecologista.
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