Publicado el viernes 11 de enero del 2008
De la exageración al temor
By PAUL KRUGMAN
El informe sobre desempleo del viernes fue brutalmente malo. El desempleo en diciembre aumentó, mientras que la generación de empleos fue mínima, y es altamente probable, por razones técnicas, que cuando se revise la cantidad de trabajos ésta sea más baja, mostrando un descenso real.
Son las malas noticias más recientes sobre una economía en la que la situación del empleo en realidad se ha deteriorado en el último año. Ya no es posible esperar que los efectos de la crisis de la vivienda sigan ''contenidos'', como se expresó con una de las palabras de moda en el 2007. Se rompieron los diques y las repercusiones de la crisis de la vivienda se están propagando por toda la economía en su conjunto.
No hay certeza, incluso ahora, de que tendremos una recesión, aunque dadas las noticias del viernes se tendría que decir que las probabilidades son de que sí la habrá. Sin embargo, lo que está claro es que el 2008 será un año con problemas para la economía estadounidense, y como resultado, el récord económico en su conjunto de los años de Bush habrá sido sombrío en el mejor de los casos: dos años y medio de crisis en el empleo, tres y medio años de crecimiento bueno, pero no grandioso, y dos años más de depresión económica renovada.
Las elecciones de noviembre se llevarán a cabo en este contexto de depresión económica, lo que deberían ser buenas noticias para los candidatos que contienden con base en una plataforma de cambio.
Sin embargo, los opositores del cambio, quienes quieren dejar intacto el legado de Bush, cuentan con recursos. De hecho, ya han establecido su eje estándar cuando las cosas resultan mal: el eje de pasar de la exageración al temor. Y en caso de que no se hayan dado cuenta, son muy pero muy buenos en aquello del miedo.
Verán, la política estadounidense ha estado dominada durante 30 años por un movimiento político que practica el estilo Robin Hood a la inversa, dándoles a quienes ya tenían mientras les quita a los que no tenían. Y uno de los secretos de ese dominio prolongado ha sido la flexibilidad asombrosa en el debate económico. Las políticas nunca cambian, pero los argumentos para esas políticas lo hacen con rapidez.
Cuando a la economía le va razonablemente bien, el debate está dominado por la exageración, con el dicho de que la prosperidad de Estados Unidos es verdaderamente maravillosa, y que las políticas económicas conservadoras merecen todo el crédito.
Sin embargo, cuando las cosas van mal, se da una transición lisa de: ''¡Es de mañana en Estados Unidos! ¡Apresúrense al recorte fiscal!'' a ``La economía está en crisis! ¡Aumentar los impuestos sería un desastre!''
Por tanto, hasta el otro día funcionarios del gobierno de Bush estaban en etapa de negación sobre los problemas de la economía. Seguían insistiendo en que la economía estaba fuerte y pregonando el ''auge Bush'' --el mejoramiento en la situación del empleo que ocurrió entre el verano de 2003 y finales de 2006-- como prueba de la eficacia de los recortes fiscales.
Sin embargo, ahora, sin nunca haber reconocido que quizá las cosas no eran tan grandiosas después de todo, el presidente Bush advierte que dados los problemas de la economía, ``lo peor que podría hacer el Congreso sería aumentar los impuestos al pueblo estadounidense y a las empresas estadounidenses''.
Y advertencias aún más sombrías provienen de algunos de los candidatos presidenciales republicanos. Por ejemplo, en el sitio en la red de la campaña de John McCain se alerta en forma misteriosa que ``no se debe someter a los empresarios con impuestos. John McCain hará que sean permanentes las reducciones e inversiones fiscales de Bush, manteniendo las tasas de ingresos tributarios en su nivel actual y combatiendo los planes de los demócratas de un incremento fiscal perjudicial en el 2011''.
¿De qué incremento fiscal ''perjudicial'', con el que se sometería a los empresarios con impuestos, está hablando McCain? La respuesta son las propuestas de los demócratas de permitir la expiración de los recortes fiscales de Bush para las personas que ganen más de 250,000 dólares al año, recuperar los niveles de tasas tributarias para mayores ingresos que prevalecieron en los años de Clinton.
Y todos recordamos las pocas empresas que hubo, el débil desempeño de la economía, durante los años de Clinton, ¿cierto? Oh, esperen. (Publiqué algunos cuadros de comparación del desempeño del empleo durante los años de Clinton y de Bush en mi bitácora del Times, krugman.blogs.nytimes.com. Es bastante impactante lo comparativamente débil que se ve la era Bush.)
No importa. Todo el punto de la táctica para asustar es que pueden trabajar incluso de cara a los hechos inconvenientes. Y de lo que no estoy seguro es si los demócratas están preparados para la pelea que están a punto de encarar. Para decirlo con todas sus letras, Barack Obama ganó su victoria impresionante en Iowa con un mensaje cordial y optimista de cambio.
Sin embargo, existe una poderosa facción política en este país que comprende muy bien que cualquier cambio real creará perdedores tanto como ganadores. En particular, cualquier reforma progresista seria en la atención de la salud, ya no se diga un intento más amplio por reducir la inseguridad y la desigualdad de la clase media, tendrá que significar impuestos más elevados para los acaudalados. Y miembros de esa facción harán todo lo que sea necesario para asustar a las personas a fin de que crean que el cambio significa desastre para la economía.
No creo que tengan éxito. Sin embargo, sería un error grave asumir que no lo tendrán.
© 2008 The New York Times
News Service
http://www.elnuevoherald.com/opinion/v-print/story/141691.html
El fatalismo de la crisis
La política también cuenta en las crisis económicas. Hay una cierta tendencia a leer los procesos económicos en términos técnicos, como si se tratara de ciclos tan inexorables como los de la naturaleza, de los que finalmente nadie es responsable. Y, sin embargo, es obvio que no hay economía sin la mano humana que la nutre. De modo que el clima político-ideológico de cada momento tiene mucho que ver con las cosas que ocurren.
Hemos vivido unos años de jolgorio ideológico en que el mercado, que por definición es un instrumento, se ha convertido en el horizonte insuperable de nuestro tiempo. Siempre que el instrumento se convierte en fin deberían dispararse los mecanismos de sospecha intelectual. Pero una verdadera burbuja ideológica ha acompañado a la burbuja financiera. Tanta ideología falsamente liberal, tanta insistencia en que cualquier forma de control es letal para la eficiencia del mercado, tanta pasión desreguladora, tanta fascinación por el enriquecimiento fácil y rápido: ahora vemos los resultados. No hay que ser científico para entender que cada movimiento ascendente tiene su punto catastrófico. Y que es tan importante acompañar la subida como garantizar las condiciones del aterrizaje. Cuando los controles se relajan, cuando los que tienen que encender las señales de alarma miran a otra parte fascinados por la rueda de la fortuna, cuando los Gobiernos sólo ven cifras de crecimiento y dinero a mansalva, los círculos virtuosos se desdibujan sin que nadie quiera saber cómo ha sido. Y probablemente pasará la crisis, empezará un nuevo ciclo y se repetirán exactamente los mismos vicios de desprecio a las señales negativas, de negligencia ante los riesgos, de dejar hacer hasta la próxima caída. Dicen que es la lógica del sistema. Y que contra ella no se puede ir. La situación me recuerda una frase que pronunciaba a menudo Ernest Lluch: "Qué desastre debía ser el comunismo que aún funcionaba peor que el capitalismo".
Me ha gustado oír el análisis de un alto ejecutivo de una multinacional española: "Cualquier persona medianamente formada sabe que los mercados sólo son perfectos en unas condiciones teóricas que nunca se dan en la realidad. Por eso son indispensables los organismos reguladores. El fracaso de éstos en la economía norteamericana ha sido escandaloso. Se han permitido cosas que autorizan a hablar legítimamente de estafa. ¿Quién les exigirá responsabilidades?".
Con todo, lo que me parece más preocupante es el doble juego de la ocultación y de la fatalidad. Ocultación en el espacio político, ocultación en el espacio económico, siempre con el piadoso argumento de que hablar de crisis es la mejor manera de fomentar la crisis. En la política, el Gobierno no tiene otro discurso que relativizar el mal momento económico con los buenos resultados del pasado reciente y la oposición, alimentar el discurso de la crisis para que cunda el pánico y la ciudadanía se asuste y vote a la derecha. Son dos formas de ocultación, ninguna de las dos actitudes contribuye al conocimiento de la realidad de la situación ni aporta respuestas específicas que ayuden a pasar mejor el trance.
Y ocultación, también, en el mundo económico, en que los datos negativos en determinados sectores empresariales se acumulan sin que nadie aflore informaciones que ayuden a comprender lo que ocurre. Un ejemplo: venimos oyendo sistemáticamente que en España no hay hipotecas subprime. Una hipoteca por el valor total de un inmueble, a partir de una tasación sobrevalorada, y con cuota variable, si no es una subprime se le parece mucho.
Lo más fascinante, sin embargo, es la fatalidad con que los propios actores empresariales asumen estos ciclos y estas crisis. Ahora, muchos de ellos dicen que ya se veía venir. Y puedo acreditar el testimonio de algún importante empresario que ya lo dijo hace dos años. Pero si se veía venir, si hace dos años se sabía que esto podía acabar mal, ¿por qué ni siquiera los que lo dijeron hicieron nada para cambiar el rumbo? ¿Por qué brillantísimas mentes financieras y empresariales se han visto metidas en este lío sin poder evitarlo? ¿Tal es el grado de fatalidad sistémica? ¿O hay que recurrir a las peculiaridades de la bestia humana y reconocer una vez más las limitaciones de la especie? ¿Y si al final resulta que detrás de tanto discurso ideológico, de tanta especulación teórica, de tanta solemnización del poder y de los dineros, lo único que hay es la codicia humana?
Quizás, finalmente, todo se explique porque cuando el dinero se pone fácil, y todos los del entorno se enriquecen exponencialmente, ni siquiera el más lúcido del lugar es capaz de reprimirse y se ve impulsado a entrar de modo inexorable en la espiral del siempre más, de la insaciable voluntad de poder, convencido de que no hay límites y que el que acabará pagando será otro.
¿Es este el fatalismo de las crisis del sistema? Si fuera así estaríamos más necesitados de psiquiatras que de economistas
http://www.elpais.com/articulo/espan...lpepinac_8/Tes
¿Crisis?
(12-01-2008)
Yo estaba entre los agoreros respecto al futuro de la economía española. Lo estaba en tiempos del España va bien y también en tiempos, más recientes, en el que se proclamaba que 'la economía española está en la Champions'. Pero estos días, al menos transitoriamente, ante tanto alarmismo interesado y catastrofismo demagógico, me he pasado al grupo de los optimistas con reservas.
Era agorero porque pensaba, y pienso, que el modelo de crecimiento español no permite sostener la convergencia con los más prósperos y que, sin que se produzca un cambio de tendencia en la evolución de la productividad, estamos abocados, cuando se acabe el impulso constructor facilitado por los bajos tipos y por la inmigración, a mantener las distancias con los mejores, si no a divergir. Adelantar a Italia tiene poco mérito dada la realidad de aquel país.
Pero hay pocas razones para ser catastrofistas. Desde luego pocas para tener una percepción radicalmente peor de la de hace seis meses o de la de hace seis años. Los últimos datos no son buenos y la economía española, como todas las de nuestro entorno, va a experimentar una desaceleración. ¿Pero qué se creían? ¿Que tras 10 años de crecimiento alto y sostenido no se iba a producir nunca una desaceleración?
Parece que este año vamos a crecer en el rango al 2,5%-3,0% y en 2009 probablemente algo menos. Pero vayámonos acostumbrado porque, si la productividad no se acelera, nuestro destino es crecer como Alemania y Francia, o menos. La evolución a corto podría ser peor si se produjera uno de estos dos fenómenos: un hundimiento de las expectativas empresariales o una interrupción sustancial de los flujos de crédito, resultado de una deriva caótica de las actuales dificultades (lo que parece poco probable) o resultado de un hundimiento de los precios de los inmuebles.
Otro factor relevante a corto plazo podría ser la intensidad de la recesión en la que probablemente entrará la economía americana durante este ejercicio. Pero esperamos que sea suave. La economía mundial es más robusta, las economías avanzadas son más flexibles y la gestión macroeconómica ha mejorado.
La elevación de la inflación es el resultado del fuerte encarecimiento de las materias primas. El aumento del diferencial de inflación con la zona euro no representa nada nuevo. Hay una estrecha relación entre el nivel de precios de la zona euro y el de España. Pero la relación no es proporcional (tiene una elasticidad superior a uno). Por lo que el diferencial aumenta cuando la tasa de inflación europea se eleva, y al revés. Pero no ha habido ningún cambio en esa relación. Otra cuestión es por qué la relación entre esos dos niveles de precios es así. Pienso que deficiencias en la competencia en los sectores de distribución y, de nuevo, el menor crecimiento de la productividad son las causas.
¿Qué puede hacer el Gobierno? En primer lugar, no precipitarse en la respuesta a la peor coyuntura. La política monetaria se hace en Fráncfort y una expansión fiscal indiscriminada ni tiene sentido a largo plazo ni tendría efectos a corto. Sí puede intensificar la supervisión financiera (los organismos que tienen estas competencias).
Y puede contribuir a que no se hunda la confianza empresarial con el diálogo, pero también haciendo programas definidos con el mundo empresarial destinados a mejorar a medio plazo el entorno económico. Por ejemplo, siguen existiendo deficiencias en las infraestructuras que los empresarios revelan en encuestas de distinto tipo. Convendría identificarlas, no sólo en reuniones de expertos, sino acudiendo a la encuesta específica, que es un método relativamente rápido y barato, y a continuación, definir y poner en marcha programas de gasto destinados a subsanar esas deficiencias.
Por otro lado, por idéntico procedimiento, plantear mejoras de los procedimientos de regulación administrativa (profundización de las reformas que inició el PNR de 2005). Todo ello lanzaría un mensaje de futuro y daría pequeños pasos hacia la mejora de la productividad. Avanzar más en esta dirección requeriría una reforma más profunda de las Administraciones públicas (para elevar su eficiencia y su transparencia), una sustancial mejora del funcionamiento de la justicia, mejorar los niveles educativos, intensificar las relaciones entre empresas y centros de investigación, reformar la negociación colectiva y algunas acciones más de este calado. Acciones que necesitarían de un consenso político y social imposible de plantear con los chaparrones de demagogia que están cayendo.
Reformas impositivas, como una simplificación de los impuestos directos, reduciendo deducciones y tramos, acompañada de una reducción de tipos, es una opción digna de considerar. Yo estaría a favor. Pero no como respuesta a desaceleración, sino como forma de tener un sistema fiscal más eficiente.
Carlos Sebastián, Catedrático de Análisis Económico de la Universidad Complutense
http://www.cincodias.com/articulo/op...scdiopi_2/Tes/
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