martes, 20 de noviembre de 2007

El impuesto es la base de la fortuna

El impuesto es la base de la fortuna

Roberto Bissio
Red del Tercer Mundo

Los recaudadores de impuestos no tienen buena fama. La Biblia los considera iguales o peores que las prostitutas, aunque Jesús afirma que unas y otros entrarán al cielo antes que muchos hipócritas (ver Mateo 21:31).

La clave para la prosperidad, a juicio de la ortodoxia económica y la prédica de las instituciones financieras internacionales, estaría en reducir a un mínimo el “peso del Estado”, o sea bajar la recaudación impositiva, que viene a ser lo mismo. En los últimos años la promesa de bajar impuestos ha estado en boca de muchos políticos y estadistas y la puesta a dieta de los gobiernos ha sido recomendada con una insistencia digna del Dr. Cormillot, prometiendo los mismos resultados de agilidad y buena salud.

Grande ha sido la sorpresa, entonces, cuando hace pocos días en París la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) divulgó estadísticas actualizadas mostrando que en el promedio de los países más ricos del mundo los impuestos han subido de menos de treinta centavos por cada dólar en 1975 a más de treinta y seis centavos en la actualidad. Después de una ligera baja entre 2001 y 2004, el peso de los impuestos en los treinta países estudiados volvió a ser en 2005 igual al que había sido en 2000, antes de la subida de la marea “neoconservadora” encabezada por el presidente George W. Bush, quien hizo de la baja de impuestos su principal caballo de batalla político, junto a la guerra contra el terrorismo.

La noticia de que en realidad el porcentaje del Estado en la economía está subiendo y no bajando provocó muchos comentarios de prensa, ya que se contradice con los discursos oficiales y las promesas de tantos gobernantes de bajar impuestos. Cristopher Heady, jefe de política fiscal de la OCDE, intentó explicar cómo es posible que el total de la recaudación fiscal suba, aun cuando muchos países efectivamente han bajado sus tasas impositivas. La paradoja se debe, dijo, a que los países desarrollados tienen impuestos “progresivos” según los cuales pagan más quienes más tienen. Así, debido a que el crecimiento económico reciente ha concentrado ingresos en el tope de la pirámide, o sea que ganaron más quienes más contribuyen, la recaudación aumentó aunque el porcentaje de lo que los ciudadanos pagan haya bajado ligeramente. En otras palabras, si los beneficios del crecimiento económico se hubieran distribuido más equitativamente y los salarios hubieran subido en la misma proporción que las ganancias de las empresas, la recaudación fiscal no hubiera crecido en porcentaje, ya que los trabajadores pagan menos que las corporaciones. O sea que, mientras en teoría la baja de los impuestos iba a producir mayor crecimiento, en la práctica resultó ser que el crecimiento económico, al estar injustamente repartido, produjo mayor recaudación de impuestos.

Cuando los números se analizan país por país, las estadísticas revelan otras sorpresas más. Si fuera cierto que la prosperidad viene de la mano de un Estado con menos “peso” (o sea menor porcentaje de impuestos en el total del PIB), el país con mayor dinamismo debería ser Grecia, que tiene la menor carga impositiva entre los miembros europeos de la OCDE, con apenas veintisiete por ciento. Sin embargo, Grecia está entre los peores del grupo en términos de pobreza y estancamiento crónicos, mientras que uno de los países con mejores indicadores económicos y sociales del mundo es Suecia, donde el Estado recauda cincuenta centavos sobre cada dólar (o más bien corona) de actividad económica, el mayor valor entre los países estudiados. En los países en desarrollo, mientras tanto, los impuestos rara vez llegan a veinte centavos.

En Italia los impuestos eran un cuarto del PIB en 1975 y crecieron a cuarenta y tres por ciento el año pasado. En España, el país de mayor crecimiento de la carga impositiva, ésta se duplicó en ese periodo para llegar a treinta y siete por ciento. Francia, que tenía hace treinta años el peso fiscal que España tiene hoy, siguió subiendo hasta llegar a cuarenta y cinco por ciento. Mientras que en Alemania, Austria y Canadá el peso del Estado se ha alterado poco y Holanda es el único país de los estudiados en el que se ha reducido, Grecia, Corea del Sur, Portugal y Turquía han tenido gran crecimiento en su carga fiscal. O sea que los países que hace treinta años eran pobres y hoy se han “desarrollado” han duplicado su carga fiscal en ese período, mientras que los que ya eran ricos hace treinta años han tenido poca variación, pero también hacia arriba. ¡Todo lo contrario de la doctrina de bajar impuestos para crecer!

El caso de Suecia, con altos impuestos y buen crecimiento económico, demuestra, a juicio de Heady, que “mucho depende de cómo se gasta el dinero”. Los gobiernos, agregó, “pueden gastar dinero en muchas cosas distintas. Pueden hacerlo de maneras que estimulen el crecimiento económico y mejoren la infraestructura, pero también hay muchas maneras obvias de gastarlo que no promueven crecimiento”. Estados Unidos, con veintiocho por ciento de carga impositiva sobre el PIB, está entre los menos onerosos para los contribuyentes, pero también es el país de la OCDE con mayor mortalidad materna e infantil. Un Estado tan “barato” no puede brindar servicios y más de cincuenta millones de estadounidenses (uno de cada siete habitantes) carece totalmente de seguro de salud.

Otra tendencia observada en el estudio es la de un ligero crecimiento en los últimos años de los impuestos al consumo, como el impuesto al valor agregado (IVA), frente a los impuestos a la renta o a las propiedades. Sin embargo este desplazamiento, medido a lo largo de cuarenta años, es mínimo si se considera el total de los impuestos que afectan directamente al consumo. Si bien el IVA ha aumentado notoriamente en todas partes, este incremento ha sido para compensar la menor recaudación de otros impuestos al consumo, como las tarifas aduaneras sobre productos importados, que han debido bajar como consecuencia de la liberalización del comercio internacional.

Los expertos fiscales de la OCDE sostienen que habría que gravar aún más el consumo y menos a las propiedades o a las ganancias de las empresas, para así estimular la inversión y el crecimiento. Sin embargo, esta proposición teórica –que los empresarios apoyan con entusiasmo, obviamente– tampoco es corroborada por las estadísticas de la OCDE. Estados Unidos ha tenido buen ritmo de crecimiento económico en los últimos veinticinco años y, sin embargo, tiene muy pocos impuestos al consumo –no hay IVA, por ejemplo– y los ingresos de los distintos niveles de gobierno (federal, estatal, municipal) dependen de impuestos a las propiedades y a los ingresos en mayor medida que los países europeos.



El peso de los Estados Ingresos fiscales en % del PIB (2006)

Suecia 50,1 Bélgica 44,8 Francia 44,5 Noruega 43,6 Italia 42,7 Austria 41,9 Reino Unido 37,4 España 36,7 Alemania 35,7 Portugal 35,4 Irlanda 31,7 Suiza 30,1 Estados Unidos 28,2 Grecia 27,4 México 20

Fuente: OCDE

Roberto Bissio es director ejecutivo del Instituto del Tercer Mundo

Capital financiero, crisis y especulación
¿Qué pensaban Marx y Engels?

Jordi Escuer
Claridad



A pesar de estar en pleno siglo XXI, la sociedad sigue viviendo los hechos económicos como fuerzas de la naturaleza, incapaces de ser gobernadas por el ser humano. Cuando hay bonanza todo va bien pero cuando llegan las vacas flacas es como si un huracán o un terremoto nos asolase. Pero lo cierto es que no se trata de un misterio inaccesible.

Hoy en día se habla a menudo de la «financiarización» de la economía, para referirse al enorme crecimiento del sector financiero en relación con el resto de la economía y su dominio sobre la misma. Marx no se sorprendería de ese fenómeno pues, para él «el fundamento mismo de la producción capitalista impone que el dinero aparezca como forma autónoma del valor, frente a la mercancía, o que el valor de cambio adopte por fuerza una forma autónoma en el dinero»1. El dominio del capital financiero era la consecuencia natural del desarrollo del capital: «El sistema bancario, en lo que respecta a su organización formal y su centralización, es el producto más artificial y desarrollado a que haya llegado el sistema de producción capitalista en general… El carácter social del capital sólo puede aparecer y realizarse por entero gracias al pleno desarrollo del sistema de crédito y del bancario…» Marx veían en ese hecho una doble faceta: «Ello anula el carácter privado del capital, y contiene en potencia, pero sólo en potencia, la eliminación del capital mismo… Hace que la banca y el crédito sean el medio más poderoso para que la producción capitalista supere sus propios límites, y la convierte en uno de los vehículos más eficaces de las crisis y la especulación…»2.

El desarrollo del sector financiero estaba indisolublemente unido al de las sociedades por acciones, que para Marx tiene las siguientes consecuencias:

«1º.- Enorme extensión de la escala de producción y empresas que habrían sido imposibles para capitales aislados…

«2º.- El capital, que por definición se basa en el modo de producción social y presupone una concentración social de medios de producción y de fuerza de trabajo, adopta aquí de manera directa la forma de capital social (…), por oposición al capital privado (…). Es la abolición del capital como propiedad privada, dentro de los marcos de la propia producción capitalista.

«3º.- Transformación del capitalista realmente activo en un simple director y administrador de capital ajeno, y de los propietarios de capital en simples propietarios, en simples capitalistas financieros»3.

Veía que esta «supresión del modo de producción capitalista en su propio seno» hacía «renacer una nueva aristocracia financiera, una nueva especie de parásitos, en forma de promotores, especuladores y directores simplemente nominales» que propiciaba «todo un sistema de estafas y fraudes por medio de la promoción de corporaciones, de la emisión y el tráfico de acciones. Es la propiedad privada sin el control de la propiedad privada»4.

Crédito y especulación

Sobre las consecuencias del crédito añadía «que ofrece al capitalista privado el control absoluto, dentro de ciertos límites, del capital ajeno, de la propiedad ajena y, por consiguiente, del trabajo ajeno. El control sobre el capital social, no sobre su propio capital individual, le da el control sobre el trabajo social (…) Aquí desaparecen todas las normas, todos los pretextos más o menos justificados en el sistema de producción capitalista. Lo que arriesga el comerciante mayorista que especula no es su propiedad privada, sino la propiedad social»5.

El crédito, proseguía Marx, «acelera el desarrollo material de las fuerzas productivas y la constitución de un mercado mundial. La tarea histórica de la producción capitalista consiste precisamente en llevar hasta cierto punto de desarrollo estos dos factores, base material de la nueva forma de producción [el socialismo]. El crédito acelera al mismo tiempo los estallidos violentos de esta contradicción, las crisis, y, por lo tanto, los elementos que disuelven el antiguo modo de producción».

«He aquí los dos aspectos de la característica inmanente del sistema de crédito: por una parte, desarrollar el motor de la producción capitalista, es decir, el enriquecimiento por explotación del trabajo ajeno, para convertirlo en el sistema más puro y monstruoso de especulación y juego, y para limitar cada vez más el pequeño número de quienes explotan las riquezas sociales. Pero, por otro lado, constituir la forma de transición hacia un nuevo modo de producción»6. Marx ve la inviabilidad a largo plazo del sistema capitalista y el socialismo como la solución natural de sus contradicciones. El autor de El Capital veía el crédito como un factor que inicialmente estimulaba el desarrollo económico —con su inevitable polizón especulativo—, pero que, conforme el proceso de crecimiento perdía fuelle, sus efectos «positivos» se transformaban en un lastre que agravaba el problema: «Todo el proceso [de utilización del crédito por parte de las empresas] se complica hasta tal punto, debido a las simples operaciones de especulación y a las transacciones con mercancías que sólo tienen por objeto el libramiento de letras, que los negocios pueden tranquilamente seguir dando la ilusión de una gran estabilidad y una gran facilidad de los reflujos de dinero, cuando en verdad éstos hace tiempo que ya se hacen sólo a costas, en parte de los prestamistas estafados, y en parte de los productores estafados. Ello es lo que siempre crea la impresión de que precisamente antes del «crack» el mercado es sano, casi demasiado sano»7. La especulación era vista por Marx como algo consustancial al capital, cuando afirmaba que «todas las naciones dedicadas al modo de producción capitalista son presa, periódicamente, del vértigo de hacer dinero sin la intervención del proceso de producción»8. Al referirse a la especulación con el suelo añadía: «Una parte de la sociedad exige a otra que (…) le pague un tributo por el derecho a habitar la tierra, tal como la propiedad del suelo incluye, en general, el derecho del propietario de explotar el globo terráqueo, las entrañas de la tierra, el aire, y por lo tanto lo que condiciona la conservación y el desarrollo de la vida»9. Un fenómeno que desaparecería con el socialismo: «Desde el punto de vista de una organización económica superior de la sociedad, el derecho de propiedad de ciertos individuos sobre determinadas partes del globo parecerá tan absurdo como el de un individuo sobre otro. Toda una sociedad, una nación, y aún todas las sociedades contemporáneas juntas, no son propietarias de la tierra. Sólo son sus poseedoras, la disfrutan y deben legarla a las generaciones futuras después de haberla mejorado como boni patres familias»10.

Las crisis

Engels, en su prólogo de 1894 al Tercer Libro, señalaba la importancia que la Bolsa había ganado desde que Marx escribiera su obra en 1865, convirtiéndose en «la representante más eminente de la propia producción capitalista». Parejo al desarrollo de la Bolsa, se habían extendido las sociedades por acciones, la concentración de capital y el número de rentistas. Pero los auges y las crisis, por muy importante papel que jueguen las finanzas, no son independientes de la evolución de las fuerzas productivas reales y de los conflictos entre las naciones y las clases. En una de sus acotaciones al trabajo de Marx introduce una reflexión muy interesante a propósito de las crisis económicas: «En el periodo infantil del comercio mundial, de 1815 a 1847, se llega a demostrar la existencia de ciclos de más o menos cinco años [entre crisis]. Desde 1847 a 1867 el ciclo es, con claridad de 10 años. ¿Estaremos por casualidad en el periodo preparativo de un nuevo derrumbe mundial, de una violencia inaudita? Muchos hechos parecen indicarlo así. Después de la última crisis general de 1867 se produjeron grandes modificaciones. La colosal ampliación de los medios de transporte —barcos transatlánticos, ferrocarriles, telégrafo eléctrico, Canal de Suez— estableció por primera vez, en realidad, un mercado mundial. Una serie de potencias industriales competitivas se colocaron al lado de Inglaterra, que hasta entonces poseía el monopolio de la industria. En todas partes del mundo, territorios infinitamente más amplios y variados se han abierto a la colocación del exceso de capitales europeos, de modo que éstos están mucho más distribuidos, lo cual permite superar con mayor facilidad los excesos de la especulación en un punto. Todos estos factores suprimieron la mayoría de los antiguos focos de crisis y eliminaron casi todas las ocasiones de crisis, o por lo menos las atenuaron. Al mismo tiempo, en el mercado mundial, la competencia deja lugar a los cárteles y monopolios, en tanto que en los mercados exteriores resulta limitada por las barreras de las tarifas aduaneras con que se rodean todos los países industriales, con la excepción de Inglaterra. Pero estas barreras aduaneras no son otra cosas que los armamentos destinados a la batalla general de la industria, que al cabo tendrá que decidir la dominación en el mercado mundial. De tal suerte, cada elemento que tiende a impedir la repetición de las antiguas crisis contiene en sí mismo el germen de una crisis futura, mucho más poderosa que las anteriores»11. Diez años más tarde estallaría la Primera Guerra Mundial entre las grandes potencias de la época. Para finalizar, si Marx consideró dominación del sector financiero como una consecuencia lógica del desarrollo capitalista, no consideraba posible ninguna solución a la misma que no pasase por la superación del propio sistema. La existencia del Capital depende de la separación de la propiedad de los medios producción de sus trabajadores, que permite su explotación, una separación que el capital tiende a desarrollar constantemente. Marx consideraba al capital como un fenómenos histórico, no como una categoría económica eterna: «Sean cuáles sean las formas sociales de la producción, los trabajadores y los medios de producción son siempre sus factores. Pero unos y otros lo son en estado potencial mientras se encuentran separados. Para producir algo hace falta que se unan. La manera especial de establecer tal unión es la que distingue las distintas épocas económicas por las que ha pasado la estructura de la sociedad»12. Y nos enseñó a no confundir fuerzas productivas con capital: «En virtud de su naturaleza, los medios de producción no son capital, como no lo es la propia fuerza de trabajo humana. Sólo adquieren ese carácter social específico en determinadas condiciones, que surgen a lo largo de la historia…»13.

Fuentes

1.- Página 516 del III Libro de El Capital (Capítulo XXXII)

2.- Página 604 del III Libro(Capítulo XXXVI).

3.- Página 445 del III Libro(Capítulo XXVII)

4.- Página 447 del III Libro(Capítulo XXVII)

5.- Ibídem.

6.- Página 449 del III Libro(Capítulo XXVII)

7.- Página 486 del III Libro (Capítulo XXX)

8.- Página 62 del II Libro (Capítulo I)

9.- Página 761 del III Libro(Capítulo XLVI)

10.- Página 762 del III Libro(Capítulo XLVI)

11.- Página 491 del III Libro(Capítulo XXX)

12.- Página 45, del II Libro (Capítulo I)

13.- Página 46, del II Libro (Capítulo I)

La edición de El Capital utilizada es la publicada por Editorial Ciencias del Hombre (Buenos Aires, 1973)

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=59064

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