Una época especial
(26-04-2007)
A finales del pasado siglo, en la segunda mitad de la década de los noventa, cuando la economía norteamericana crecía rápidamente al calor del desarrollo de la llamada con bastante poco fundamento nueva economía hubo una, no sé si llamarle escuela del pensamiento o si se trataba simplemente de voluntarios aficionados al área de la previsión económica que llegó a la conclusión de que en la economía actual, el ciclo económico, las fluctuaciones a las que a lo largo de la historia de desarrollo económico desde la revolución industrial se ha visto sometida la actividad económica ya no tendrían lugar en el futuro. En la librería de mi despacho todavía figura un libro titulado Dow 100.000: Fact or Fiction, publicado en 1999 en Estados Unidos, cuya tesis es que en la nueva situación, si se mantuviera la política adecuada, sería perfectamente posible que el índice Dow Jones alcanzara el nivel de 100.000 para el año 2020. Los mercados al alza no morían por sí mismos, mantenía su autor. Las alzas bursátiles las matan siempre los errores en política económica.
Quizá el autor, Charles W. Kadlec, hora es ya de citarlo, hombre práctico como director general de una firma de inversiones, J&W Seligman & Co., y persona respetada que publica sus opiniones en Business Week y The Wall Street Journal se dejó engatusar en su visión de la accesibilidad de tales niveles del índice Dow Jones por la magnífica ejecutoria del mercado de capitales norteamericano en aquellos años y la euforia que producían las extraordinarias posibilidades que abría la nueva economía.
En todo caso, se equivocó doblemente: erró en cuanto a su creencia de que la prosperidad se había instalado seguramente para siempre en la economía norteamericana y se equivocó al considerar que la única amenaza que pendía sobre la prosperidad eran los errores de política económica.
La verdad es que el mercado alcista terminó su recorrido pocos meses después de que el libro de Kadlec fuera publicado y no lo hizo como consecuencia de ningún error particularmente grave en materia de política económica, sino a causa de los excesos eufóricos de los mercados que habían elevado los PER de la mayor parte de las acciones cotizadas por encima de cualquier nivel razonable y, en el caso de algunos valores de la llamada nueva economía, habían hecho sencillamente irrelevante la relación entre el precio de la acción y los rendimientos esperados de los que no se conocía nada más que lo que los autores de los diferentes business plans transmitían a unos mercados enloquecidos por apostar hasta el último dólar.
De hecho la política monetaria que reaccionó con una baja sin precedente en los tipos de interés o la política fiscal que relajó, en exceso por otro lado, sus condiciones restrictivas contribuyeron seriamente a poner un límite a la caída de la Bolsa neoyorquina.
Hoy estamos de nuevo tentados de creer que vivimos una época especial después de los últimos cinco o seis años de subidas bursátiles, un más que satisfactorio crecimiento de la economía mundial y bajos riesgos de inflación durante el transcurso de los mismos. Y no faltan aspectos positivos en la actual situación que permiten albergar la creencia de que no corremos el riesgo de que se produzca un repentino cese en el proceso de crecimiento con una abrupta caída de la economía mundial y de los mercados de capitales.
Hoy vemos que la inflación, como ya hemos dicho, no presenta graves riesgos a pesar de los precios relativamente altos de los productos energéticos y de muchas materias primas y alimentos. Los países están mucho mejor provistos de liquidez internacional (apenas hay países deudores en el Fondo Monetario Internacional), sus ratios de endeudamiento, en general, son muchísimo más bajos que en el año 2000, pongamos por caso, y la mera existencia de un sistema generalizado de tipos de cambio flexibles proporciona una mayor protección a los distintos países ante la eventual propagación de una crisis internacional blindando adecuadamente la marcha de sus economías.
Sin embargo, al mismo tiempo, algunas cosas están peor que en aquella época. Principalmente el déficit de la balanza de pagos norteamericana por cuenta corriente y la confianza en el dólar y, en menor medida, el saldo deficitario de las cuentas del sector público estadounidense. Junto a estos factores no faltarán quienes añadan la incertidumbre sobre el futuro crecimiento de China, dadas las limitaciones de su modelo político o los efectos que sobre los mercados de energía pueden tener fenómenos globales como el posible calentamiento de la tierra, aunque ambos casos parecen ser más relevantes en una perspectiva a medio y largo plazo que en la determinación del punto de inflexión en el actual ciclo económico.
Aunque comparto el optimismo de aquellos que creen que la capacidad de los Gobiernos y de los bancos centrales para hacer una política anticíclica ha venido mejorando ostensiblemente, no llego al punto de creer que podrían prever y evitar con anticipación las recesiones económicas cuando las crisis financieras acompañadas por un aumento irracional de aversión al riesgo, fruto de la pérdida de confianza, vacíe de demanda los diversos mercados.
Lo que sí creo, sin embargo es que hoy las cosas son, en algún sentido, más complicadas que en el pasado. Con una política monetaria exitosa planteándose unos objetivos de inflación ambiciosos pero alcanzables -y de hecho, en general, hoy alcanzados en casi todos los países del mundo- es más difícil que Gobiernos o autoridades monetarias produzcan por sí solos errores de bulto que pongan en marcha recesiones más o menos graves.
A cambio, los riesgos están en los mercados y no tanto en los de bienes y servicios, cada vez más abiertos a la competencia, como en los activos donde una gigantesca oferta a nivel mundial de fondos prestables, en un contexto también mundial de bajos tipos de interés reales, hace que la tentación de subvalorar la importancia real de la sostenibilidad de los PER se imponga con mucha facilidad.
Los Gobiernos son conscientes del peligro de esta inflación de precios de los activos, pero todavía no conocen cómo luchar contra la irracional exuberancia de los mercados. Por fortuna, aunque sea tan sólo un consuelo, han perdido los prejuicios para socorrer los mercados cuando las oleadas de desconfianza ponen en serio peligro la economía a través de un ajuste excesivo. Pero, esto, ya lo sabemos, no es suficiente.
Carlos Solchaga. Ex ministro de Economía
Los biocarburantes
(13-12-2006)
El modelo agrario de futuro que está fomentando la Unión Europea parece ser más utópico que ambicioso. Se trataría de lograr un sistema sostenible medioambientalmente, competitivo en la producción de alimentos en mercados mundiales en gran medida liberalizados, que atienda las nuevas preferencias de los consumidores, contribuyendo a un nuevo modelo energético con mayor utilización de biomasa y, al tiempo, fuera respetuoso con el bienestar de los animales de granja. Tantos buenos propósitos arrastran a la incredulidad.
Según la comisaria europea de Agricultura, Mariann Fischer Boel, la incorporación de un 5,75% de biocarburantes (biodiésel y bioetanol) a los actuales combustibles fósiles, en 2010, requeriría 18 millones de hectáreas, que equivalen al 30% de la superficie que hoy día dedica la Unión Europea a las producciones que se precisan (cereales, oleaginosas y remolacha). Además de estos recursos territoriales, teniendo en cuenta que las tecnologías actuales permiten obtener bioetanol a 118 dólares por barril y biodiésel a 80 dólares por barril, es necesario aplicar un conjunto de incentivos y subvenciones, adicionales a los que ya se conceden al productor agrario por sus funciones tradicionales.
Claro está que también cabe el recurso de importar estos productos o sus materias primas de otras partes del mundo, por ejemplo de zonas tropicales y en vías de desarrollo, buenas productoras de biomasa, para mover nuestros automóviles y contribuir al cumplimiento de Kioto. Pero, ¿cuáles pueden ser las consecuencias para el equilibrio alimentario? Desviar parte de los recursos agrarios desde el abastecimiento de alimentos hacia el consumo energético, en el actual momento histórico, implica agravar el problema de seguridad alimentaria mundial y, en mi opinión, es una estrategia precipitada y bastante irresponsable.
En el futuro, si fuéramos capaces de alimentar a toda la población del planeta y si lográramos corregir los excesos de consumo energético, dentro de un modelo menos duro que el actual, especialmente en el transporte, la utilización de biomasa será sin duda un recurso renovable muy apreciado. Hoy día parece evidente que el energético no es sólo un problema de oferta sino, también, de control del consumo superfluo. Por tanto, es bueno experimentar e investigar, pero quedémonos ahí por el momento.
En el caso español la nueva estrategia comunitaria puede tener efectos perversos inmediatos. Las ayudas a estas materias primas (cereales, remolacha y colza) han despertado el interés de algunas empresas energéticas y, al tiempo, las subvenciones agrícolas adicionales también pueden llegar a atraer a los agricultores. Claro está que ello depende de los precios para otras utilizaciones en alimentación humana o animal y, ahí está la cuestión, en un país fuertemente deficitario en cereales, los precios tienden a subir sin remedio. En noviembre, con una cosecha normal de 20 millones de toneladas de cereales, es posible que el precio de la cebada haya superado su récord histórico en España, 17 céntimos de euro por kilogramo (28 pesetas/kg), con trigo y maíz con precios superiores.
Esta situación amenaza seriamente la competitividad de nuestro sector ganadero que no ha cesado de progresar, desde la incorporación a la UE. España está importando ya, en la actualidad, una tercera parte de las necesidades de cereales para alimentación, más de 10 millones de toneladas un año normal. La nueva demanda de biocarburantes incrementará estas importaciones en otros tres millones de toneladas, al menos. Especialmente si tenemos en cuenta que la expansión de la colza se efectuará en superficie actualmente cerealista.
Las condiciones climatológicas y de medio físico de la agricultura española aconsejan dedicar nuestros recursos agrarios a producciones de alto valor añadido (frutas, hortalizas, vino, aceite de oliva y productos ganaderos), en todos los cuales se han desarrollado sistemas productivos muy competitivos. Por rendimientos físicos, fuera de los regadíos, no somos un país donde resulte rentable la producción de commodities, al menos con las actuales estructuras productivas. Y dedicar estas a la producción de bioetanol parece una insensatez. Quemar cereales en atascos de tráfico no parece el modo más razonable de cumplir el compromiso de Kioto, sin antes impulsar medidas restrictivas al tráfico privado en las grandes urbes.
Carlos Tió. Catedrático de Economía Agraria de la Universidad Politécnica de Madrid
Ajuste y cambio de tendencia
(02-05-2007)
La brusca caída del valor de las acciones de Astroc originó el desplome de las inmobiliarias españolas, que sufrieron la semana pasada un severo correctivo. El temor soterrado a que la burbuja inmobiliaria hubiese explotado levantó todo tipo de especulaciones. ¿Se hundiría el precio de la vivienda? ¿Arrastraría a nuestra economía hacia la recesión? ¿O se trataba tan sólo de un ajuste bursátil, tal y como defendió el Gobierno desde el primer momento? Tras la tempestad regresó, al menos hasta el momento, la calma, y ya podemos realizar algunas evoluciones de la situación.
Coincidimos con el análisis que realizó el Financial Times el pasado 27 de abril. Después de reflexionar acerca del posible estallido de la burbuja inmobiliaria española, concluyó: 'Se acabaron los tiempos de crecimiento de dos dígitos en el precio de las casas… pero es esperable que haya un suave aterrizaje del mercado inmobiliario; incluso es posible que siga creciendo, pero a una tasa más moderada'.
Nuestra apuesta: que los precios se estabilizarán a la baja, pero que la demanda de vivienda continuará sostenida. No existe, pues, grave crisis inmobiliaria a la vista, sino simplemente un ajuste de precio y un cambio de tendencia en el tipo de vivienda ofertado. La vivienda libre de lujo cederá el protagonismo a las viviendas sociales y de protección social.
Un sostenido crecimiento demográfico, unido al flujo inmigratorio y a los nuevos modelos sociales, mantendrán viva una demanda no satisfecha. Familias unifamiliares, personas divorciadas, el deseo de la clase media a acceder a una segunda vivienda, residentes extranjeros en busca de sol, confabulan para mantener vivo el mercado inmobiliario. Si los precios se ajustan, las viviendas ofertadas se venderán.
En los años ochenta nacieron en España algo más de 400.000 personas al año que, en estos momentos -por cuestión de edad- están buscando primera vivienda. Dado que algunos decidirán vivir en pareja y otros no, esta demanda rondará las 200.000 viviendas al año. En estos últimos años han llegado a España alrededor de 400.000 inmigrantes al año, que generan una demanda de 200.000 viviendas. Si a éstos sumamos una demanda añadida de 100.000 viviendas necesarias para satisfacer a quienes buscan segunda vivienda, o residencia para separados o para residentes europeos, comprenderemos que la demanda de vivienda rondará las 500.000 al año. Si los precios siguen altos, parte de esta demanda no se podría cubrir por imposibilidad económica. Si los precios se contienen o se deslizan a la baja, la demanda viva absorberá esos pisos.
Los datos disponibles apuntan hacia la moderación a la baja, lo que supone una buena noticia para todos. El tiempo medio de venta de un piso es de 30 meses frente a los 18 meses de hace tan sólo un año. Este pasado trimestre la vivienda creció un 7,2%, frente al 9,1% del trimestre anterior y al 18,4 % del año anterior. Según las estimaciones que hemos realizado, la demanda real de nueva vivienda rondaría las 500.000 al año frente a las 700.000 que hemos estado manteniendo estos años atrás. En ningún caso bajará de las 400.000.
Si la vivienda ha subido un 65% en los últimos cinco años, las inmobiliarias que cotizan en Bolsa lo han hecho 16 veces más en el mismo periodo. Una cosa es el precio de la vivienda y otra el de las acciones de las inmobiliarias. Oscilará mucho más el de las segundas que el de la primera.
Desde luego, los alegres tiempos de subidas estratosféricas de precios ha llegado a su fin. Entraremos en una etapa de precios contenidos, o ligeramente a la baja, pero en ningún caso ante una grave crisis inmobiliaria.
¿Por qué? Pues porque sigue existiendo una gran demanda no satisfecha por cuestión de precio de vivienda para jóvenes, inmigrantes y segundas residencias. Si los precios se ajustan -que ocurrirá- la demanda comprará esos activos más baratos. Las peores crisis son de las de demanda -esto es, cuando nadie quiere comprar los que ofreces-, porque las crisis de precios -esto es, cuando vendes más caro de lo que la gente que necesita tu producto puede pagar- se arreglan bajando ese precio sobrevalorado. Aquellas inmobiliarias y promotoras con suelo antiguo tienen mucho margen para ajustar precios. No así los últimos que llegaron, que compraron a precios altísimos. Esos serán los que se queden de pie con la escoba.
Manuel Pimentel
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